Canto ilimitado
Soy una mujer que mira los campos. Que los observa
minuciosamente en todo su ancho; los cercanos, los de distintas provincias y de
otros países. Los terrenos ajenos y el propio, que ya no será, cuando la
evolución generacional cambie.
Me gusta dejarme llevar por el aire que recorre mi cuerpo,
flamea mis ropas y juega despeinando cabellos, enredándolos.
Me gusta la tierra mojada de lluvia; su olor inimitable. El
rocío que se descuelga por las noches reviviendo las hojas que el sol marchitó
durante el día. El canto de los grillos, no hay comparación con el sonido que
producen ellos. La luna nunca es más hermosa que cuando se la ve desde la
inmensidad de
una pradera, solo tierra y cielo. No hay nada parecido al
brillo de Selene en su período de cuartos; llena, sobre las hojas verdes, en la
oscuridad nocturna. Y ver todas las estrellas
¿Y las noches nubladas, cuando la luna está paseando del
otro lado del mundo? No se ven ni las sombras más cercanas.
Se oyen los latidos del corazón y el correr de la sangre por
las venas; es escucharse a si mismo en el inmenso silencio. Pueden respirarse
aromas que de día estaban ocultos. Los que se renuevan en la quietud de la
fronda dormida. En el respirar de un pájaro. Cuando exudan los poros del
planeta, con finísimos
hilos de tramas invisibles, fecundas, bañadas en espermas
primordiales, eternas, frágiles. Soy campesina, tomo su cuerpo terroso
ilimitado cual mi cama, en comunión con ella, escucho el latido de su vientre
inconmensurable fundirse con el mío. Es madre dadivosa, la tierra. Entiende mi
meditación callada; ella escucha, yo oigo con perplejidad su idioma. La
entiendo porque es madre en parto permanente, en cada espacio de semillas. Son
sus atributos de mujer clarificada en matrimonio
con la Naturaleza de espléndido destino. Coronada señora
preñada inagotable, esparciendo Amor, que es alimento, que es pan, es leche y
miel.
Es mi misión cantarle. Soy mujer de arrorrós diseminados sin
límites. De canciones de cuna.
Es mi tarea decir lo que dentro de mí bulle cual canto
indefinido; es mi trabajo hacer ver la ondulación del trigo en espigas verdes,
día a día dorándose mansamente hasta lograr el tono del pan; de ese pan que
reina sobre la mesa, crocante y tierno. El quehacer de la palabra pintará la
tierra con colores
inusuales para el lector desprevenido. La búsqueda será
fecunda y en el magín solitario creará maravillas.
Ella, conmigo, hermanada. Pintándola. Esculpiéndola en
surcos de maíz y esperanzas. Prudencia y cansancio. Por la Tierra. Por el
futuro, que es ahora. Por Natura, que es Dios.
Escudriñando el cielo desde este lugar, veo en el camino del
aire bandadas de gorriones peleadores, palomas torcazas, calandrias silbadoras,
lechuzas sentenciosas, teros vigilantes.
Y una cinta de bandurrias barriendo las alturas, mirando
donde aterrizar, en que parcela están los bichos; donde está el mejor almuerzo.
Y se van ahítas, su labor cumplida.
Los olores de manzanilla salvaje enredándose en los pies,
adornados de pétalos blancos y botones amarillos. El aroma dulzón de las flores
de cardo color violeta pálido, para ver y no tocar, por su ejército de espinas
defensoras. Fragancias verdes son liberadas por los brotes nuevos del pasto
tierno. Brotan las aguas en el arroyo tranquilo de planicies extensas; olor de
paz, de sosiego entre libélulas transparentes, soñolientas; aire vivo posado en
juncos dóciles. Junto al clima, el trabajo y la probidad con reflejo de
humedades y tareas.
Ante la mirada incrédula del ser humano urbano que no atina
a ver esas maravillas, quiero compartirlo. Lo hago desde aquí. Desde las
palabras.
Desde la ciudad, sigo mirando el campo, con los ojos del
alma.
Como un bosque
Soy un árbol de amplia copa que ya no admite podas. No hacen
falta.
En este bosque tengo un buen lugar, de hecho, para mí. Se
hizo, alojé retoños que conquistaron sus lugares, sus propios sitios. Cuando
este árbol dé por consumada su labor seré leña, y los brotes nuevos ensancharán
sus frondas, como deba ser.
Miro la cosecha. Anoto en sus hojas, lo que aprendí, lo que
sigo aprendiendo, cada día. Satisfecha, hoy. Veo árboles plenos, con sus
propios retoños que remontan, a su vez, otros capullos; otras estaciones de
frío, de cobijo; primaveras de brotes tiernos, bichos, mariposas, vientos,
lluvias. y frutos. Les
llegará el otoño. Y ojalá se aprecien consagrados, en Paz,
en su lugar en el monte, en su Vida consumada. En la belleza, en la delicia del
momento. Herederos del respeto. Legatarios del Cariño. Alimentados de Sol. Y
ver la suntuosa sonrisa bañándoles las caras, los abrazos, el amor. . La
alegría consagrada.
La risa, sonando, cual campanas de victoria.
El Amor como bandera y su asta brillando tolerancia.
Agradezco.
Teros
Los teros lucen un garbo especial. Gritan su canto de
imitación a su nombre. Se anuncian llegando. Vigilan su predio. Lo hacen con
vuelos cortos, rasantes, valientes. Los miro desde mi casa pueblerina, al otro
lado de la ruta de acceso; ellos están enfrente, en un terreno vacío de casas.
Un gran baldío
que me ofrece recuerdos de la vida bucólica de amplias
tierras.
Sembradíos y potreros donde ellos anidaban, en magnífica
comunión con el ganado vacuno y caballar. Nadie molestaba a nadie.
Desde el fondo de mi patio viaja un intenso aroma de
azahares.
Lo arrea el viento costero. En el suelo, las flores blancas
aún tiernas, exhalan su fin. Está nublado y oscuro; el cielo presagia tormenta.
Es octubre y aún cuelgan de las ramas unas naranjas suculentas, pesadas,
luminosas de color.
Ahora llueve. Después de una prolongada sequía, chispea
despacio y brillan los charcos en el campo baldío. Allí donde sobrevuelan los
teros. Hoy su juego es distinto; los miro asombrada.
Caminan desfilando, con sus alas pegadas al cuerpo. Marchan
vivamente, siguiendo un laberinto sólo palpable para ellos.
Pisan con deleite el suelo mojado; con sus dedos y patitas
finas, disfrutan del frescor del agua limpia entre el pasto. Van y vienen con
el cuerpo erguido, al compás de su propia canción.
Pocas veces los he visto así, jugando a correr porque sí. De
pronto todos juntos rayan el aire con su grito agudo que al final es un gorjeo,
cual alegre entendimiento jubiloso.
Consagran la lluvia, los teros. Agradecen.
Gentes
La gente pasa y pasa, corren, gritan, evaden, se detienen,
charlan un momento, quizás pregunten "como te va" y no escuchen la
respuesta. Después se van urgiendo no se sabe qué, ni porqué, ni dónde. Ellos
miran su reloj, no miran la vida; siguen, a sus casas, a sus trabajos, llena
papeles y formularios.
Todos quieren vender, pocos compran.
Y sigue la maratónica carrera hasta que se apaga la última
velita de su pastel de cumpleaños.
Sin darse cuenta...
Ángeles
Los ángeles se divierten a su modo. No nos piden permiso, ni
se identifican. Sencillamente andan entre la gente con formas diversas; pueden
ser con perfiles de mujeres, niños, ancianitos o quizás algún hombre del cual
uno nunca sospecharía.
Y es justamente por eso, porque no se sospecha de ellos.
Quizás lleguen en el momento adecuado en que uno flaquea, desfallece o está
perdido...
De pronto alguien se nos cuza en la calle, o quizás toque la
puerta y, ¡Oh, milagro...! eso hace que nuestro ánimo cambie.
No nos damos cuenta, pero nos tocó un aire incomparable.
Cambió, tal vez, nuestro parecer con respecto a cierta
persona que unos momentos antes no nos gustaba... Quizás nos llegue de una
carta con la dirección equivocada, o alguien pregunta por un lugar que no
encuentra...
Parece casualidad, cuando en realidad es causalidad. Todo
sucede por algo. Todo responde a un orden armónico.
Cuando te dicen "tiene ángel" y... sí, la
respondes, "tiene ángel", y en realidad no tiene nada especial, no es
lindo ni feo, ni joven ni viejo. Es una mujer o un hombre tan común, similar a
los demás, pero te impacta; no sabes porqué, pero se te prende del magín y se
empecina como un duende en ocupar tu memoria.
Entonces el tiempo pasa y te das cuenta de que no podrás
olvidarlo. Te das cuenta de que lo extrañas, de que te gustaría escucharlo.
Estás apropiándote de un ángel o él se adueña de ti: Tu ángel. La risa de ese
ángel, su andar, sus palabras y su voz.
Le llamas amigo, le llamas compañero de aventuras, de
estudios, de confidencias... Son mensajeros que vienen de otro ámbito y suelen
tener ideas muy ricas, asombrosamente claras.
No le busques en las espaldas para ver si tiene alas: No las
tienen; sólo la imaginación popular los dibujó así. Esos seres tienen brazos
para abrazar, manos para sostener, hombros para lo que te hagan falta.
Hay quienes les dicen amigos. Pero son ángeles.
Digo de mí.
Digo que llegué hasta aquí, estoy tranquila, o feliz, si ese
es el término para hacerme entender. Ojalá pueda.
Recorrí el lugar adjudicado en esta infinita rueda del
planeta; lo recorrí, creo, sin molestar, sin gastar en boatos. Solo en algo
útil.
Digo que es un hermoso lugar, una parcela de tiempo, de
cielo, de tierra, de aromas sobre la piel, sabores, sensaciones totales a mi
pequeño alcance. Pude vivir mi estremecimiento de niña, adolescente soñadora de
novelas rosadas, mujer, madre.
Madre plena de vientre tirante y sangre latiendo en el
milagro repetido desde siempre. Para mí fue el primer milagro; no el de
siempre. Y feliz, a pesar de qué, no hubo pesares. hubo vida, encadenada
existencia que seguirá del vientre de otras que abrirán caminos similares, no
iguales. Nunca es igual.
Reflexiono. Y digo que.
Ya madura cual fruta, soy resultado, aún, amoroso, vibrante
de años a su temporada en el ciclo perpetuo. Semilla consagrada, cumplida, y
ahora blanda materia sosegada. Sigo con pasos tranquilos, no hay apuros... El
otoño hace maravillas en mi piel, la viste de suaves pliegues y marcas color
pardo. Me
aventuro a decir: Gracias. Y lo digo porque estoy segura del
regalo concedido. Es una perpetua fiesta de amor sublimado, merecido. He
agregado eslabones nuevos a la cadena de la vida. Lo han envuelto en papeles de
colores de estrellas diurnas; con moños de arco iris y brillos de rocíos. En el
destiempo
diligente del orden universal que no sabemos. Digo de las
bendiciones salpicadas sin orden ni pensares. Digo de los años vividos en tal
prisa sin saber del camino devorado, inexorable en su marcha milenaria, el
destino cierto, plausible. Verdadero.
Digo que: la fruta cumple un ciclo. También lo cumplo. Su
semilla será árbol, dará sombra y abrigo; flores y frutos en su debido espacio.
Nada cambia, sólo rota en costumbres y modas pasajeras. Y la sabiduría crece.
¡Por favor, que siga prosperando!
Para mejor que ascienda, con bienaventuranza, con sol sonriente
y lluvia plena. En buena tierra, abonada de amor.
¡Que la sabiduría cubra sus cabezas! Ya el sueño hace su
ciclo en mis párpados. Debo obedecer el mandato de las horas nocturnas.
Amén.
Verdes
Hoy realiza el viaje. Está segura de que es absolutamente
necesario.
Por eso sube al coche con la certeza de que su mochila se
aliviará. Esa insoportable carga debe diluirse, debe hacer lugar para nuevos
sucesos, nuevos sentimientos.
La ciudad queda atrás y se ve más pequeña y lejana mientras
el coche avanza.
Ella respira ese aire verde, disfruta del plano y luminoso
borde del horizonte, donde se pierde la vista. Ahora suspira.
El tiempo ido es como energía que vuelve... que está aquí.
Mira todo con ojos nuevos.
Es solemne el silencio que se amalgama con las gárgaras del
agua en las cunetas, y resbala por los juncos largos inclinados, que reciben su
húmeda caricia.
También sus mejillas se humedecen con dos lágrimas largas
que van camino a la garganta. Un momento místico la envuelve, la traspasa y
ella acepta ese estado singular.
El aire verde pinta el centro de su pecho. La iridiscencia
de sus ojos acerca y atrapa un mundo de recuerdos. Esos recuerdos que, como las
mariposas amarillas del verano elegían los alfalfares, ahora eligen su soledad
hambrienta.
Hambre de volver atrás... y saber que no se puede. Estar
consciente de esa realidad y sufrir el hambre, aún. Siente que este es su
momento, un momento sagrado de descargar lo antiguo, lo ajado, y restaurar lo
bueno y hermoso que fue alguna vez y guardarlo como una joya muy valiosa y
querida. Colocar un bien ya disfrutado en el precioso lugar intangible del
recuerdo.
Su blusa late con el viento; su corazón aletea el cansancio
del pasado unido a un presente difícil.
Un hervidero de alas amarillas y blancas se adueña del
brillante charquito del camino. Nadie molesta a las mariposas y nadie transita
ya esa huella. Sólo quedan señales, allá lejos, de árboles altos y espesos,
dueños de tapar galpones, bretes, corrales y la casa ya saqueada. Y las aspas de
un molino que en vano
gira y gira moliendo el óxido que avanza, victorioso.
Quizás, algún día, algún aciago día de tormenta, su rueda
caerá como una flor ya seca, entre el pasto verde y el gran bebedero
resquebrajado y vacío. No molestará a nadie la rueda del molino y podrá dormir
su sueño de tarea cumplida, mientras las hormigas lo sepulten con su labor
constante. Quedará
como señal la torre de hierro apuntando al cielo, igual a
las ramas desnudas de un árbol en invierno.
Tampoco hay razón para desalojar a las abejas mieleras que
cortinaron de panales la ventana. Esta última ventana no fue saqueada; las
dueñas del dulzor guardado en ellas impidieron a los ladrones la intención de
acercarse.
El néctar de los recuerdos descorrió en ella el telón de las
nostalgias. Vive de nuevo las corridas, los abrazos, las peleas, las mañanas
luminosas, los rayos del sol perforando las ramas trenzadas de las moras
blancas con el jazmín blanquiazul. Las madreselvas cubriendo el cerco de
tejido, las achiras y los ramos de novia, custodiados por abejas y picaflores.
Detrás del segundo telón de la añoranza, vio los bolsos
repletos de ropa limpia y las carpetas, rumbo a las residencias de los
colegios, los domingos por la noche, luego volverían para el fin de
semana, y estarían acompañadas nuevamente las láminas de
autos, muchachas y músicos rebeldes.
Su pecho tiembla y rebasa, ahora, de tanta vida acumulada.
Un suspiro entra en ella, vaciando hasta el fondo de las
vísceras, hasta exhumar por los poros todas las pesadumbres, trasmutando la
tristeza en alegría agradecida, en fe aceptada por causa, consecuencia y
premio. Y no sería un "adiós" sino un "hasta siempre", a
esas paredes donde habitó y fructificó el
amor. Archivaría esas hojas escritas allí, en un lugar de
privilegio.
Podría, de ese modo, comenzar otra historia. Otra bellísima
historia de vuelos altos llenos de verdes. Siente que en su mochila ya no hay
peso. La siente liviana, dispuesta, limpia...
Ahora sí, volvería plena, restaurada; volvería a su asfalto
gris, al frío y terco ronroneo de motores y rejas en las ventanas.
Pero todo se revertiría de algún modo...También habría
amigos luminosos, abrazos, poemas y caricias para el alma.
Burbujas
Penetré de nuevo en ese mundo tan mío, muy privado, ese
lugar que no sé si llamarlo ámbito, intimidad, o no sé qué término utilizar
para definirlo.
Sin necesidad de resolver eso me di cuenta, después de darle
muchas vueltas a la idea, de que tampoco es un lugar determinado.
Es un estado mental que nos atrapa.
Puede ser mi habitación, el lavadero, el ómnibus, sentada en
un banco de la plaza o el cementerio.
Porque es en ese estado cuando las imágenes, la fantasía, un
recuerdo antiguo de pronto emergen, nos atrapa cuando no se lo busca.
Es ese momento tan trivial como cuando pienso si pondré la
pavita para tomar mate, me dedicaré al jardín, que buena falta le hace, o
saldré a caminar con los perros, pobrecitos, que siguen sin entender mis idas y
vueltas erráticas.
Eso que se forma como un globo onduladito que flota sobre
las historietas impresas; eso que es más intangible y etéreo que una nube de
humo
De pronto nos hace sonreír, a tomar una birome y...
¡¡¡escribirlo ya!!! ; ahora, enseguida.
Si por casualidad tocan a la puerta, suena el teléfono, o no
encuentro la birome, ese globito suele fallecer como una pompa de jabón.
Sabemos que la idea estuvo, que era brillante y hermosa, pero que es imposible
de recuperar.
Una combinación de conceptos, un término concreto especial,
un lugar en el tiempo, en el estado de ánimo, en el pensamiento; poder
encontrar la palabra justa que describa la vaga idea que acaba de atraparnos,
de transformarla en frases que contengan la suficiente coherencia como para que
otra persona, leyendo, pueda imaginar lo mismo que nosotros terminamos de ver
en nuestra mente y darle cuerpo, sensación y existencia.
Esa vida que después forma la parte interna de otro ser que
tuvo la suerte de enamorarse de la lectura.
NORI ISABEL BRUNORI
San Genaro me vio nacer un 19 de noviembre, en tiempo de trigales
maduros. Fui educada por un maestro que me enseñó, aparte de las materias, a
ser autodidacta. Luego de cumplir mi destino de esposa y madre, escribo. Desde
Casa de la Cultura, con concursos literarios infantiles, recordamos a una
docente
extraordinaria; por medio de Certámenes Literarios honramos
al Maestro Maritano. Siendo miembro del Rotary Club, creamos un certamen de
cuento y poesía honrando a un poeta profesor rotario. Me asignaron numeroso
premios en poesía y narrativa; eso me facilitó publicar el poemario "Entre
Tierra y Erotismo", y "Los invito a pasar: San
Genaro, leche y trigo", narrativa. Colaboro en páginas literarias de
periódicos, revistas zonales, programas radiales y visito escuelas. Asisto a
Encuentros Literarios nacionales e internacionales. Desde el año 2008 presido
S.A.L.A.C. filial San Genaro; desde este ámbito procuro estimular la producción
literaria de la zona. Fui nombrada miembro honorario de S.I.P.E.A. en
Hermosillo, Sonora, México.
Se me puede encontrar en:
-Cuadernos y Palabras
Edición Cooperativa de los Autores
Coordina: Oscar A. Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
Colección LuzAzul